Columnas

Signos de simpatías y antipatías de la IV T

La Comuna

José Ángel Solorio Martínez

Las pugnas de poder entre el gobernador del estado y los grupos de gobierno municipales -sean o no, del partido en la administración estatal-, se han expresado con mayor nitidez -históricamente sobre la región-, en los Ayuntamientos.
Eso muestra, el sistema político generado por el colapso del portesgilismo en 1947. El arribo del general Raúl Gárate Legleú, en reemplazo de Hugo Pedro González, atomizó al portesgilismo; aún así, el enviado del presidente Miguel Alemán no pudo centralizar la autoridad y menos acabar totalmente con los seguidores del ex presidente de la república.
El alemanismo en Tamaulipas, tomó el control de los diputados federales y el senador. En estos espacios, los grupos municipales, no disputaban; iban, eso sí, con todo por las alcaldías en donde se concentraba el micro poder regional.
La frontera era, y sigue siendo, territorio codiciado; por varias razones: el dominio del contrabando y otras variables del comercio negro en ese territorio.
De hecho, uno de los gobernadores con mayores fortalezas que arribó para inhibir y acabar con las huestes de Portes Gil, fue Norberto Treviño Zapata. Tuvo en un puño al estado -con la eficaz colaboración de un personaje fronterizo de particular contextura: José Cruz Contreras -a quien hizo líder del PRI en el estado y luego alcalde de Reynosa-.
Y asombrémonos: el gastroenterólogo tuvo severos problemas políticos en las sucesiones municipales de Llera y Nuevo Laredo.
Empezó así, a delinearse un sistema político peculiar: el gobernador ponía los candidatos a las presidencias municipales y a diputados locales -aunque los factores de la Federación, podían intervenir en las grandes ciudades-; en tanto, senadores y diputados federales eran atribución del Poder Ejecutivo de la nación.
A pesar de la fortaleza de los gobernadores -eran piezas del presidente de la república-, los factores locales, cuando les desagradaba la postulación de algún candidato a la alcaldía, se rebelaban; la mayoría de las veces, el Ejecutivo estatal salía triunfante.
De esa forma, llegaron a alcaldes Fernando Sampedro en Tampico por el Partido Popular Socialista (PPS), Carlos Enrique Cantú Rosas en Nuevo Laredo por el PARM, Ernesto Gómez Lira, por el PARM en Reynosa, Jorge Cárdenas González por el PARM en Matamoros; luego llegaría, la oleada panista con Arturo Elizondo y Diego Alonso, en Tampico, Francisco García Cabeza de Vaca y Maky Ortiz en Reynosa, Carlos Cantú Rosas en Nuevo Laredo, Francisco Leal Guerra en Mante y Gustavo Cárdenas Gutiérrez en ciudad Victoria.
Vivieron esos reveses, gobernadores como Manuel A. Ravizé, Enrique Cárdenas, Américo Villarreal, Manuel Cavazos Lerma, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández Flores, Egidio Torre Cantú y Francisco García Cabeza de Vaca.
Toca el turno el 2024 a Américo Villarreal Anaya.
No será la primera, ni la última vez que un gobernador pierda alcaldías.
La alternancia en el Ejecutivo federal, la diversidad de las fuerzas políticas regionales, y la evolución del Poder electoral, han dado un vuelco al sistema político tamaulipeco. Hoy, la potestad incuestionable de la Federación para postular candidatos al senado y a las diputaciones federales, ha dado un vuelco: los actores locales, -incluyendo al gobernador- han entrado a la disputa de esas expresiones de autoridad, al interior y al exterior del partido gobernante.
Los brotes de incomodidad, de las corrientes de poder municipales, contra la IV T -Nuevo Laredo, Reynosa, Matamoros, San Fernando, Victoria, Mante, Altamira, Tampico y Madero- serán el año venidero, uno de los signos de mayor ebullición para el gobierno de Américo Villarreal Anaya.
Como en otros tiempos: veremos -ahora con mayor amplitud- el fenómeno del voto cruzado.
Esa actitud selectiva del elector, será el parámetro real, de cómo ha gobernado la familia Villarreal Santiago y de qué tanto, se ha enraizado la presencia de AMLO.
En esos dos planos, se moverá el 2024: las simpatías y antipatías del lopezobradorismo en Tamaulipas.

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